Ojalá
pudiera encontrar una palabra que definiera como me siento. Ya ni siquiera soy
capaz de eso. Estoy casi segura de que es porque ya no soy yo, solo un
conjunto de esquirlas de esas que, incluso rotas, son capaces de cortar.
De lo único
que me atrevo a estar segura, es de que al verte, todo lo que había planeado se
esfumó de mi cabeza como una mala resaca. Salí de casa con la determinación de
quien sabe que decir que no es lo correcto.
Que alguien que te ha roto una vez, y con tanto jodido éxito, puede
matarte definitivamente en cualquier momento. Y llegué, con la certeza de que
tú solo tenías que volver a ponerme el cuchillo al cuello que yo solita me lo clavaría,
si lo que te hace feliz es verme morir en tus brazos.
Nos hemos
amado mucho, y muy mal. Pero la clave está en el mucho. En lo felices ( y
desgraciados también) que nos hicimos. Peor, que nos podríamos hacer, pero no
queremos. O no quieres. O no quiero.
-Vete, pero
no vuelvas
-No puedo
-Pues
quédate, pero para siempre
-Es
demasiado. Te odio
-y yo a ti
-Pero te
quiero
-Y yo más.
Y así, nadie
da el paso definitivo para alejarse ni tampoco para acercarse. Nos mantenemos a
una distancia prudencial. Nos observamos, nos retenemos, pero no nos tocamos.
No vaya a ser que nuestras manos nos hagan reconocer lo que sentimos y que catástrofe. Amarnos otra vez sin
barreras, sin miedo, con locura. Ponernos en las manos del otro sabiendo que en
cualquier momento nos vamos a soltar. Pero que estúpido no hacerlo. Nos dejamos
llevar por el miedo tanto como por la esperanza. Y algún día, tendremos que
decantarnos por alguno de los dos.
Que sí, que
es muy fácil encontrar la paz en otros cuerpos. Porque (eso me decía él) nosotros siempre hemos sido una batalla
constante por encajar. Tendríais que habernos visto en plena lucha, en su
colchón, bajo las sábanas. Ninguna paz es comparable a eso.
Supongo que
no habéis entendido ni una palabra. Y normal, yo tampoco entendería nada sin
haber tenido su sonrisa por delante.